22 de mayo de 2011

Elegía a una falena muerta

Como una falena tú entras en mi oído, experto inquisidor. Por la vía de la tortura pálida de tus palabras pretendes mi confesión. Y aleteas dentro, en la noche, en la noche. 

Y revoloteas en mi interior, experto trovador. Que buscas las canciones en forma de punzón para tocar como baquetas sobre mi corazón. Y aleteas dentro, en la noche, en la noche.
Y el compás de tus alas delicadas son relámpagos en mi cerebro, luciérnagas en los ojos que proyectan sobre ti mi emoción, condensadas en dos momento y una ilusión.

Te posas en mi boca, falena de ilusión, sin pensar que en el dulce sucumbe tu pasión. Y no mides las distancias, y tus alas cortas, falibles en su intención, rozan los estambres de mi alma. Ay falena, que sin polvo en las alas no puedes volar y presa del pánico ahora te ahogas en mi saliva como un bicho más, como la avispa en la alberca o un abogado en la felicidad. Tanta agua te quise dar, mi falena nocturna, que te ahogue sin pretenderlo.

Ya no hay aleteos, ni rayos, ni centellas, ni fuego debajo de tus parpado de mil ojos incesantes que se movían al unísono en busca del néctar de la verdad. Lo siento, mi falena, pues hay muchas formas de morir. Pero yo, considero, que te asesiné de la mejor.