Tus ojos, son dos escaleras
muertas cubiertas de polvo. Por ellas, ha trepado la enredadera del tiempo
haciéndolas grises y misteriosas. Por ellas, suben los rayos de luz que
pretenden alcanzar el cerebro; pero lo hacen en vano, pues al final de todos
los peldaños, ¡Ay, ojos de gato! Hay un espejo que sólo quiere reflejar la luz
que le interesa. De bajo de la escalinata,
brotan dos pálidos manantiales de débil carmesí: Son labios, que fueron
enseñados a callar, ahora libres publican palabras de bajo coste y alto
rendimiento. Se hicieron capitalistas, tus labios. Invirtiendo en besos…
¿Cuántas escaleras habremos
subido para intentar volar?
Yo elegí una escalera de
caracol, negra y de metal como mis ojos al anochecer. Y desde allí, puesto vigía,
recorría mentalmente los otoños de cada año y de cada siglo esperando los
vientos alisios para poder partir en mi viaje. Y imaginaba que era un ave de
paso, que volaba más allá del Norte, más allá de las montañas nevadas de horizontes
opacos. Entonces me proyectaba al vacío con la esperanza de tener alas
impulsadas por tus soplidos de tempestad aleatoria, como aquel que tiene
esperanza de no pincharse con una espina (pero, que sería de la rosa sin
espinas). Y caía, y el suelo duro y confortable me atraía a él. La Gravedad
como justiciera me recordaba que no me estaba permitido volar.
¿Cuántas escaleras están por
construir?
Nosotros construimos la
escalera sin darnos cuenta, la escalera de peldaños infinitos. Porque cada
recuerdo, cada risa, cada polvo que echamos, cada instante de enfado, cada
momento que compartimos juntos nos hace subir un peldaño. Un escalón que no sabemos
donde nos lleva, quizás al cielo, quizás al suicidio desde lo más alto. Pero es
que, hay escaleras que nunca se acaban de subir...