28 de septiembre de 2012

Mi primera vez


Mi primera vez, lo recuerdo bien. Fue en Londres. Fue simple pero efectivo, certero, desgarrador y penetrante. Se podría decir que navegó desde las puntas de los pies hasta el recoveco más escondido de mi cerebro. Pero todo a su tiempo, ahora os diré como empezó todo.
El día gris, ventoso, lo normal para un marzo londinense. Cuando llegué a él, cuando le tuve delante. Tuve que atravesar, y sortear a bastante gente. Hasta que le tuve ante mí, yo le miraba y creo que él también podía mirarme. Se me heló la sangre, y sentí un hormigueo debajo de la lengua, una ligera sudoración invadió todo mi cuerpo en un momento una fina película de sudor frío me envolvió. Siguió una lánguida ansiedad, que fue creciendo, y creciendo, y creciendo. Hasta que sin poder reprimir una fuerza que me oprimía el pecho sin dejarme respirar bien, se me escaparon dos lagrimas. La primera por el ojo derecho abría camino a favor de la gravedad hasta perderse en los labios; la segunda, algo más tímida cayo con el mismo gradiente pero resbaló hasta el mentón y cedió al mármol del suelo evaporándose a los 16,7 segundos (para ese entonces no tenía la espesa barba que todos me veis). Así fue como pasó, mi primer Stendhal y yo sin estar preparado, sin que nadie me avisara. Intenso y corto, apasionante… Cuando vi Los girasoles, sentí el arte. Supe que podía sentir.
Estoy seguro, que cuando vea a mi marido sufriré otro, lo sé. Como sé a qué deberá oler.

25 de septiembre de 2012

Caminaba lento, pesado. Casi Otoño.

Cuando salió del portal el otoño le sorprendió en las narices, un ambiente ventoso se había instalado en la ciudad. Según iba caminando hacia su casa el viento le cortaba la cara; era un aire sutil pero se empeñaba en entrar por sus fosas nasales para ser respirado, en cada inhalación producía una sensación de quemazón a la altura de ojos y posteriormente un mordisco en el pulmón izquierdo cerca del corazón. Él andaba, no se detenía. Sólo portaba en su mano derecha una bolsita de papel, de esas típicas que dan en las tiendas de ropa, con sus “defectos” personales y en la otra mano una entrada para la soledad de su vida. Él seguía caminando, y no miraba atrás. El viento, con una intensidad algo más recia golpeaba su cara. No podía pensar, él siempre dejaba las cosas para pensarlas en casa, con calma, con tranquilidad. El suelo de Sevilla, inmensamente llano, se le hacía una cuesta arriba difícil de subir. Le temblaban las rodillas, a cada paso le temblaba las rodillas. Pero él no paraba, seguía andando. Cuando quiso darse cuenta estaba en su puerta, al cruzar el umbral sabía que no habría vuelta atrás. Al cruzar ese umbral, estaba obligado a perderle, a olvidar a Jorge. Difícilmente pudo sujetarse la mano derecha con la izquierda para poder encajar la llave en la cerradura. Difícilmente pudo contener las dos gotas de tibia pena que estallaron contra el mármol del portal. Difícilmente entró en el rellano que le llevaba, tras subir unas escaleras, a la casa donde se crió. Difícilmente, Pablo, abrió la puerta de la casa de sus padres y penetro en la estancia para encontrarse con su madre.
Y cuando vio a su madre sentada mirándole con extrañeza le dijo: Cuando nacemos nos enseñan el dolor; cuando nos duele, lloramos. Y cuando ya no lloramos, es que estamos muertos. Mamá, ya no me duele. Él ha hecho que no me duela. Creo que he muerto de amor.
"Que sea cierto el jamás, o cállate..."

23 de septiembre de 2012

Momentos

NO
Dijiste: 
"Y aprendimos a mirar con la duda entre los dedos y atientas. Descubrimos que al final, las palabras que no existen nos pueden salvar... Sin hablar".

Y entonces jamás me volviste a hablar.




Ahora creo, que nos salvamos. Aunque, a veces, en lugares apartados en mi cabeza, cuando no me oye mi cosciente imagino que se te durmie la lengua, porque la noche calló en tu paladar. Y por eso, sólo por eso; no me hablaste más.

Los pueblos silenciosos

Dicienbre 2005

"El pueblo estaba muerto; las camas vacías y heladas. Sólo se oía el zumbido de las líneas eléctricas y de las dinamos automáticas, todavía vivas. El agua desbordaba en bañeras olvidadas, corría por habitaciones y porches, y nutría las flores descuidadas de los jardines. En los teatros a oscuras, las gomas de mascar que aún conservaban las marcas de los dientes se endurecían debajo de los asientos"


Crónicas marcianas.

20 de septiembre de 2012

Atracciones físicas.

Átomos. En el inicio solo éramos átomos, que se movían por el inmenso cosmos solos. Aburridos de su soledad empezaron a viajar buscando otros elementos, cuando se encontraban chocaban por aquello que denominaron inercia, y de tal inercia se generaban fuertes energías. Tan potentes que de su pasión concebían una estrella. Y así, de su necesidad de no estar solos se creo el universo. – ¿Entiendes?. – Dijo Paula con los ojos entre abiertos cegados por el sol. – Algo así nos ha pasado, yo estaba distraída, mirando hacia atrás, contando el tiempo que faltaba. Cuando has aparecido tú, y tu mirada se ha clavado en mí, desde ese instante lo he sentido. Se ha detenido el tiempo, han sido decimas de segundo. Seguro. Pero para mí ha sido una eternidad, he podido entrar en ti y navegar por el azul de tus ojos; creo que hasta he naufragado en la isla de tu pupila. – Repite Paula para sí misma, naufragar en tu pupila. Y sigue hablando – Y tu sonrisa. La he notado. He visto como replegabas los labios y dejabas ver tímidamente tus dientes; pareciera que te hubiera gustado. Así de simple, al verme. Un instante. – ¿Me escuchas, verdad? Le dice Paula – A lo mejor te es difícil de entender que en un cruce de miradas haya podido sentir por ti esa complicidad que no he sentido por nadie, nunca, o bueno, más bien hace mucho tiempo que no la he sentido. Pero ha sido así, creo que eres tú, ¿me oyes?
La mano que aprieta a Paula, debilita su presión poco a poco. Pero Paula no lo entiende como un descenso del interés. A lo lejos el ruido de sirenas cada vez está más próximo. Más próximo. Están encima. La ambulancia aleja a Paula y la ponen junto al coche, la miran los ojos y están fijos en un punto, idos. Otros sanitarios se apresuran atender al muchacho que esta tendido en el suelo, bañado en sangre. A penas tiene pulso, a penas vive. Le miran las pupilas, permanecen fijas en medio de unos iris azules. 

– Ha muerto – Dice un hombre de amarillo. Paula le mira y sin mover los labios deja escapar:

– Ha sido atracción física, pura y dura atracción física. Como lo átomos, ¿sabes?


Moderno:

  
Es hablarle a tu iPad y que te conteste que estás trasnochado. 

4 de septiembre de 2012

Retomando heridas sin cerrar

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Madrid, 13-06-1999 Hace fresco, a pesar de la fecha:

Hace tiempo que la noche le envolvía en su extraña danza y le hacia gira en una espiral siniestra, hace tiempo que el amanecer le soplaba en la nuca sin poder encontrar el consuelo del sueño; las pastillas para dormir habían sido un fiel aliado hasta que ese día dejaron de funcionar. No había explicación, dejaron de funcionar. Como su corazón, y como parte de la economía mundial. Nadie sabía por qué, o tal vez sí, pero se callaban (pero se callaba). Así, empezó sus viajes nocturno a ninguna parte, a lugares vacíos donde solo llegaba él para llenarse por un instante. Desde que cruzó la puerta para no volver, desde que dejaron de funcionar las pastillas recetadas para el estrés de la gran ciudad, desde que dejo de vivir y buscaba en otros cuerpos igual de muertos un atisbo de vida, desde que ya no tenía quien abrazar por las noches.
* * * 

Madrid, 25-09-1999 Hay una humedad que cala el alma extraña, 27º:

La almohada ha dejado en el las arrugas típicas sobre la cara, marcas que se quedan grabadas sobre su piel y en menos de una hora desaparecen. Como todo en la vida. Un café y dos tostadas son su compañía al amanecer cuando se despierta para hacer la casa antes de ir a trabajar. Hoy ha dormido bien, no le acostado soñar con una playa, donde se tumba al sol y alguien, posiblemente un camarero que en su borroso sueño no tenía cara le sirve una copa fresquita; después un mordisco de su gato le ha sacado del sueño, un mordico que le despierta más puntual que un reloj.
                                                                  
 * * *

Londres, 14-12-2005 La niebla cubre las calles, no se ve nada:

Ya es de noche, no hay pastillas al lado de la botella de plástico, y sin embargo puede echarse a dormir sin que el molesto insomnio le muerda los tobillos y le pellizque la nuca. No es feliz, pero cree que puede llegar a serlo, el tiempo hizo su oficio, y no lo hizo mal. Ya, al mirarse al espejo no se ve roto, sólo con alguna cicatriz. 
Ayer se le olvido el Lorazepam y despertó 8 horas después.
Ayer fue otro. Otro más.