Cuando me miraba no podía evitar
derretirme detrás de mis gafas de pasta, él lo sabia y le gustaba sonreírme de
manera cruel. Esa sonrisa que más que un cumplido para mí era un auto-alago.
Sí, me hacía temblar. De una manera fría y calculada; me tenía en sus manos.
Sabía que podía olerle a metros de distancia y jugaba a que buscara su aroma
entre los pasillos del instituto, le sintiera. Pero luego se escondía entre sus
amigos y me volvía a mirar con esa (patética) superioridad, y me hacía temblar
(como siempre) para la mofa de sus amigos. Un día, armado de valor me acerqué a
él. Mi tembleque había evolucionado: podríamos llamarlo, frío sentimental, de
ese que te hiela por dentro aunque hagan cuarenta
grados. Y articule palabra. Delante
de sus amigos le dije que me gustaba y
que me dejara besarle. Se rió, me miro con esa fatua superioridad y dijo:
por encima de mi cadáver. Entonces, le di la razón, lo tuve que hacer… Luego
puede besarlo. (Aunque frío nadie sabe igual).
PD: A los pocos minutos desapareció el
temblor.
Y así fue, señor juez…
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